No hay golondrinas

Antón luaces

Hubo un tiempo en el que, en este País que es Galicia, pululaban las golondrinas que, como en el poema de Gustavo Adolfo Bécquer, colgaban sus nidos bajo los balcones. Llegaban con olor a salitre y dibujaban en el aire inmensos arcos intangibles que el viento del nordeste arrastraba a la cueva del Fonforrón. Eran tiempos en los que, en los malecones (hoy paseos marítimos, mire usted) de nuestros multicolores pueblos marineros resonaba el tac tac de los motores de las pequeñas embarcaciones dedicadas a la pesca de bajura y cuyas capturas vendían en las lonjas en las últimas horas de la tarde y primeras de la noche. Toda una atracción para los forasteros y un medio de vida muy digno para el sector marítimo-pesquero.

Las golondrinas, pájaros migrantes como los marineros gallegos, han desaparecido del mismo modo que desaparecen los marineros gallegos. Y no porque unas y otros se extingan como especies, sino porque se ponen demasiados obstáculos para que sigan haciendo lo que saben: volar y pescar para existir.

La flota española regresa al caladero marroquí, de donde está ausente desde hace tres años. Entre los que vuelven como las golondrinas, los tripulantes de un puñado de palangreros de fondo gallegos. Pero, ay, los que no vuelven, no -como aquellas golondrinas de Bécquer que refrenaban su vuelo- son las grandes ausentes: las embarcaciones que enseñaron a muchas generaciones de marroquíes -desde antes de que Marruecos fuese el que es hoy- a pescar cefalópodos, especialmente pulpo, abriéndoles un mercado hasta entonces vedado al pulpo marroquí no capturado por barcos canarios y, sobre todo, gallegos.

Hoy se felicitan el Gobierno y la patronal Cepesca por el acuerdo logrado en Rabat que permite cerrar los flecos pendientes y, por ende, el regreso de la flota (cerca de un centenar de barcos españoles y unos 800 tripulantes españoles y marroquíes) andaluza, vasca, canaria y, un poco, poco, gallega a aguas administradas por Marruecos.

Aquí se quedan los cefalopoderos que todavía no han logrado ayudas al desguace y aquellos otros que, ilusos sus armadores, esperan una salida a otros mares; “pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al contemplar; aquellas que aprendieron nuestros nombres, esas…¡no volverán”, dejó escrito Gustavo A. Bécquer.

Y es que hay golondrinas que no vuelven a colgar sus nidos bajo nuestros balcones, aunque sobrevuelen raudas el mar.

Link: http://www.laopinioncoruna.es

 

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